El encuentro fortuito entre el tímido y aplicado estudiante de abogacía Roberto (Jean-Louis Trintignant) y el arrollador y sorprendente Bruno (Vittorio Gassman) durante un largo feriado en Roma y sus alrededores es, a su vez, el encuentro entre dos maneras de vivir. Para Roberto todo estaba armado- o proyectado al menos- antes de conocer a Bruno, que es en sí mismo una fuerza de la naturaleza: irresistible, charlatán, fantástico (y todo esto sin que le falten defectos, que los tiene y de a montones, como iremos descubriendo a lo largo de la película). Ambos irán viviendo una escapada que para Roberto significa la libertad misma y para Bruno, el pan de todos los días (que por momentos no significa gran cosa porque hay un vacío siempre ahí, acechándolo). Esto es el ejemplo perfecto de comedia dramática, estandarte de lo mejor que puede ofrecer el cine italiano. Gassman es increíble, un motor indetenible de energía, carisma y deslumbramiento. Trintignant no se queda atrás y le banca toda la partida (lo ayuda un poco menos el recurso tan caro a esta época de la voz en off, dónde se nos explica qué está pensando el personaje mientras el actor pone incómodas caras al respecto) generando entre ambos una química perfecta al tiempo que la película vuela a la misma velocidad que el Lancia Aurelia que los lleva por todas partes. Más comedia que drama, el final- abrupto final- pone las cosas en su sitio, mostrando que el destino es una pérfida arpía que cachetea sin piedad a aquellos que creen que pueden salirse de lo que la rueda les marca para toda la vida. 5. Por Fito.
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