Esta película empieza con problemas. Michelle Monaghan interpreta a Sara, una ex fotógrafa de guerra que quedó ciega luego de un incidente en Afganistán en que una bomba explotó a un par de metros de ella. ¿Las secuelas de esa explosión? Salvo su ceguera, ninguna. Ni una marca en la cara. Nada. La versolimilitud es el primer problema; el segundo, la irrelevancia de la forma en la que se produce. Da lo mismo la forma en la que Sara queda ciega, dado que ese hecho no proyecta ninguna consecuencia sobre la historia, que haya sido en Afganistán y no, por decir algo, que se olvidara de sacar la cucharita del café al meterlo al microondas, da exactamente igual. Ahora Sara vive con Ryan, su novio, en un lujosísimo Penthouse en algún barrio caro del centro de Nueva York. Ryan no es trigo limpio. Rápidamente, Sara se ve envuelta en un lío que implica tener que enfrentar a dos asesinos en busca de diamantes. Todo es típico. Tenemos al matón Chad (Barry Sloane) y al jefe, Hollander (Michael Keaton). Ninguno logra llevar su rol a otro punto que no sea el de la parodia involuntaria y la película es tan torpe para manejar la intensidad que uno jamás llega a sentir verdadera tensión, una pecado mortal para un producto que pretende ser un thriller. Keaton no consigue que su asesino sea atemorizante y Monaghan no consigue que nos importe que la degüellen. Aparentemente, esta película se vincula directamente (aunque no se trate estrictamente de una remake), con Wait Until Dark, film de 1967 del director Terence Young con Audrey Hepburn en el rol protagónico. Dado que no vi la original, me es imposible decir la magnitud del crimen que Joseph Ruben cometió al llevar acabo esta torpísima revisión. 1. Por Leo.
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