The Master de Paul Thomas Anderson (2012)


Antes de pegar el salto a la Cienciología, religión o filosofía que entre otras cosas asegura que un tirano galáctico llamado Xenu, quien desde la estrella Markab dirige la Confederación Galáctica, aprisionó disidentes de su confederación en la Tierra y de sus espíritus evolucionamos nosotros los humanos- que es una práctica difundida por varias estrellas de Hollywood, entre ellas Tom Cruise y John Travolta- el escritor, científico y militar L. Ron Hubbard había desarrollado una idea similar pero bastante menos rimbombante llamada Diánetica. El corpus de la Diánetica consistía en una serie de artículos científicos publicados por Hubbard a principios de los años 50 en Estados Unidos, dónde se explicaba que mediante la exploración de vidas pasadas se podía curar ciertas enfermedades, descubrir el origen de las enfermedades mentales, transformar a homosexuales en heterosexuales y mediante un proceso muy similar al de la hipnosis llegar incluso a “alcanzar la paz mundial”.
Es en estos años, 1950 y 1951 y el desarrollo de la diánetica- con un mínimo aporte de su salto a la cienciología- que Paul Thomas Anderson centra The Master. Hubbard es rebautizado aquí como Lancaster Dodd- encarnado por un magnífico Phillip Seymour Hoffman- y la película retrata libremente la vida de Hubbard durante esos años: sus intentos de difundir sus teorías, presentadas como realidad científica basada en hechos y no en la fe, sus métodos a la hora de llevar adelante sus procesos e incluso su arresto por malversación de fondos, cuando fue acusado además por practicar medicina sin permiso. No es esta una biografía exacta ni se pretende tampoco. Las teorías de Lancaster Dodd no son las mismas que las de Hubbard pero se le acercan mucho. Pero lo que más aleja a esta película del formato biopic habitual es su narrativa y su punto de vista.
La narrativa no es idealmente la clásica. No asistimos al consabido “inicio, desarrollo, desenlace” sino que, sujetos al punto de vista, acompañamos a Freddie Quell (Joaquin Phoenix) un marinero que combatió en la Segunda Guerra Mundial y traumatizado por ello, vaga de aquí para allá, de preferencia ebrio. Más de 40 minutos- los primeros- se dedican a la construcción del personaje de Quell y fundamentan luego, para cuando se encuentre con Dodd, lo difícil que será su conversión a esta nueva filosofía. Bajo el ala del Maestro, Freddie se torna una suerte de protegido y conejillo de indias, principal defensor de la teoría frente a sus muchos críticos, pero también el menos convencido de la misma.
El nudo de la película es entonces el adoctrinamiento de Freddie a manos de Dodd y que por momentos pasa casi por el lavado de cerebro que podría llegar a realizar un culto. Esto choca una y otra vez con los planteos científicos y racionales de la teoría, al menos aparentes,  que busca apoyarse en hechos y no en creencias. Esta dicotomía está muy bien desarrollada durante todo el metraje y es casi imposible terminar por concluir si Dodd es un loco, un fanático, un auténtico convencido de lo que dice o un chanta que inventa lo dice a medida que lo dice.
La película no es perfecta, es verdad. Le sobra fácil media hora, es demasiado pausada y por momentos muy discursiva. Pero Anderson dirige con muchísima elegancia, apoyado en una fotografía verdaderamente hermosa (a cargo de Mihai Malaimare Jr.) y una más que adecuada banda sonora. Y por encima de todo, está el trabajo de su elenco. Si lo de Hoffman es imponente- pocos actores pueden dominar a una bestia como Joaquin Phoenix en escena- es lo de Phoenix lo verdaderamente admirable. La construcción de Freddie Quell debería- de haber justicia en este mundo, que no la hay y mucho menos en la Academia- de merecerle el premio Oscar al Mejor Actor al que está nominado (y que perderá de seguro a manos de Daniel Day Lewis por su Lincoln de manual). El Quell de Phoenix es en sí mismo un curso de actuación, en cada gesto, cada movimiento, cada palabra. Un imponente protagónico.
Al margen del resultado de esta película en particular, es bueno saber que dentro de la industria hollywoodense existe un autor como Paul Thomas Anderson, quien bajo sus reglas y sus condiciones continúa desarrollando una impronta personal (como con la estupenda Boogie Nights, la afamada Magnolia o la imponente Petróleo Sangriento, dónde sí que había un inmenso protagónico de Daniel Day Lewis). Películas como The Master sirven para recordarnos que hay otro Hollywood dentro de Hollywood. 3.

Puntajes:

Federico:

Fito: 3

Gastón:

Leo: 3

Martín:

Rodrigo: 4

Promedio Tripartito: 3.33

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