Love, Rosie de Christian Ditter (2004)

Esta comedia dramática (¿dramática?, por favor, el único drama es el deseo insatisfecho que uno siente por tener una ballesta a mano, asesinarlos a todos y bailar sobre sus tumbas) está basada en la novela de la autora irlandesa Cecelia Ahern titulada "Donde terminan los arcoiris" (si acá pudieran ponerse emoticones, ahora pondría un oso panda bebé jugando guerra de abrazos con un koala, que, obviamente, empatan). ¿Qué se podía esperar de un título tan ñoño? No importa, porque la novelista Cecelia, la guionista Juliette Towhidi y el director Christian Ditter unen sus fuerzas para que todas las expectativas de ñoñez fílmica sean superadas sin traspirar. Estamos ante la enésima historia edulcorada sobre la delgada línea que separa la amistad del amor. Rosie y Alex son amigos desde la infancia. Crecen juntos. Lo comparten todo. Su relación es perfecta, idílica, completa... (no hay una pizca de cosa verdadera en toda la película) hasta que la adolescencia les alborota las hormonas y los amigos perfectos empiezan a mirarse con otros ojos... pero no... no, de ninguna manera, porque antes que nada esta es una película que se sustenta en la premisa histérica de "quiero, pero no...". ¿Cuánto tiempo tarda el espectador promedio para darse cuenta de que Rosie y Alex son un par de imbéciles pusilánimes que se merecen el uno al otro hasta el fin de los tiempos? Tres escenas. Cuatro, si el espectador es medio lento. Pasan cosas. Rosie se embaraza de un idiota. Alex se va a Boston y se casa con una idiota. Porque es así, ambos irremediablemente se emparejan con seres totalmente despreciables. ¿Por qué lo hacen? Porque son imbéciles, ya lo dije, y porque la historia sólo puede construir personajes chatos y sin matices, cliché tras cliché, cursilería tras cursilería. Y mientras llevan adelante sus vidas junto a los idiotas que han elegido como segunda opción, idealizan al otro, a ese ser perfecto que los entiende, los conoce, los completa. La película se estira mediante idas y vueltas insólitamente repetitivas. Uno aparece en la vida del otro, pero no es el momento. Luego, el otro aparece en la vida del primero, pero ahora no es el momento de este. Y así seguimos en el espiral enfermizo del amor pueril. Porque la idea del amor que maneja la película es tan ñoña, tan estúpida, que sería un chiste si no fuera porque es fácil reconocer esa idea en el mundo real. El gran problema de la película (además de su estilo televisivo, sus primeros planos inútiles y la absoluta previsibilidad de su trama) es que ni siquiera consigue ser divertida y para cuando asistimos a la escena de la corrida por el aeropuerto (¿podía faltar?) ya no nos importa nada. ¿Hace falta decir 1?. Por Leo.

Puntajes:

Federico:

Fito:

Gastón:

Leo: 1

Martín:

Rodrigo:

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