Y esto resultó tan malo como era de esperarse. Revisión del clásico de 1990 protagonizado por el Governator, aquí con el protagonista en la piel de un insulso Colin Farrell. Casi casi la misma historia que la vez pasada: un juego de doble vida en el futuro sobre relato de Philip K. Dick, pero contado sin ganas, sin bríos, sin imaginación, sin onda. Se desaprovecha a Bill Nighy, Brian Cranston y Jessica Biel alegremente, apenas si Kate Beckinsale pone algo de ganitas, capaz que porque está casada con el director. Pálido 1. Por Fito.
Puntajes:
Federico:
Fito: 1
Gastón:
Martín:
Rodrigo: 1
Jajajajaaja! Me gusta cuando el Fito o Rodrigo se cabrean si una película es mala. La verdad es que coincido plenamente con los comentarios vertidos en esta entrada. Las comparaciones son odiosas pero a veces no hay más remedio. La de Verhoeven por lo menos resultaba fresca y original amén de que contaba nada menos que con Arnold de protagonista. No tenía más pretensiones que la de ser un mero entretenimiento con pinceladas esporádicas de crítica al sistema, humor negro y otros condimentos tan caros a este director por demás peculiar. La historia se sostiene y tiene su giro argumental que mantiene la tensión hasta el final, además de la componente "alienígena" que viene a ser el desenlace de la trama. Todo esto salpicado, con cierto toque gore y un gusto por lo pulp que se aprecia en las panorámicas, los decorados, el atrezzo y cuándo no, en el maquillaje. Lo cual la convierte en una suerte de clásico dentro del género. Nada de eso lamentablemente se puede decir de la nueva versión, en la que las cosas suceden - para utilizar una expresión de Rodrigo y Fito - "como trompada de loco", sin pausas, sin suspenso, sin tiempo para la intriga (salvo los primeros minutos), en suma sin ganas. Incluso la escena de tensión central cuando tratan de convencer a Farrel que está dentro de una realidad virtual - homenaje a la versión original, supongo - carece de la dinámica de la de Verhoeven. En la nueva versión intentan darle un aire pomposo y trascendental. En fin, una bosta.
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