Esta es una película muy fácil de odiar. Personajes solitarios, aislados y alienados ubicados en un lugar que parece mentira: Tokio. El Tokio que se retrata en la película parece, de hecho, una escenografía chillona de neón parpadeante. En un altísimo y lujoso hotel coinciden Bob (Bill Murray), un actor en declive que va a filmar publicidades de whisky, y Charlotte (Scarlet Johansson), una joven que acompaña a su esposo, un fotógrafo bastante tarado interpretado por Giovanni Ribisi. Creo que no hace falta decir que no pasa nada. Hay cierta confianza en los planos estáticos, planos que permiten que contemplemos a personajes que a su vez están contemplando mientras ejecutan introspecciones de las que no se nos dan muchas pistas. Hay gente que detesta este tipo de cine. A veces yo soy ese tipo de gente. La relación casual que se establece entre Bob y Charlotte tiene ese tufillo tan habitual en Hollywood, ese tufillo a fórmula: dos personajes muy diferentes, pero que comparten algún asunto (una imperfección, una herida, una inquietud), se apoyan uno en el otro y de alguna forma encuentran algo más, un atisbo de alivio. En este caso, la cálida intimidad que surge entre Bob y Charlotte (una intimidad que también es ambigua y hecha de cosas que no se dicen o que no llegamos a escuchar), contraste con el Japón de fondo, una barrera de lenguaje y cultura que acentúa la condición de extraños y extranjeros de estos dos. La película no llega a ningún punto. No hay resolución ni desenlace porque la historia no plantea conflicto en términos narrativos. Y eso es lo que hace que sea fácil de odiar, lo mismo que a otros podría resultarles encantador. Un 3. Por Leo.
Puntajes:
Federico: 4
Fito: 3
Gastón:
Leo: 3
Martín:
Rodrigo: 4
Promedio Tripartito: 3.50
No hay comentarios:
Publicar un comentario