Decía Cecil B. DeMille “las películas deben comenzar como un terremoto e ir creciendo en acción” y la primera impresión que da El Vuelo es que nos encontramos con un ejemplo de esto, seguido a pies juntillas. La película comienza con uno de los accidentes aéreos mejor filmados que le ha tocado a ver a quien suscribe. El accidente y su resolución están espectacularmente resueltos de manera cinematográfica por Zemeckis en una escena que literalmente quita el aliento, emociona y conmueve. Tan sólo esta escena muestra cuán en forma se encuentra el director, quien vuelve a dirigir acción real luego de 12 años (desde Náufrago) abocado a la dirección de olvidables animaciones en capture motion (El Expreso Polar, Beowulf, Cuento de Navidad).
Pero de allí en adelante, no se sigue el presupuesto DeMille, sino que en cambio se baja tres cambios la velocidad y entramos de lleno en un drama intimista, dónde todo gira sobre el personaje interpretado por Washington: el piloto Whip Whitaker, héroe responsable de que lo que era la muerte segura de sus 102 pasajeros terminara por ser una tragedia con suerte. El problema es que Whitaker no es sólo un piloto sin igual, sino que también es un alcohólico y un drogadicto. Y aunque nosotros, los espectadores, sabemos desde un principio que no fue culpable del accidente, la búsqueda de un responsable del siniestro lo pone rápidamente en la mira.
Uno desde el comienzo está del lado de Whitaker, por mucho que su adicción es mostrada sin tapujos. Es difícil no hinchar por el héroe y el hombre es uno. Hay algo que despierta profunda admiración en aquellos profesionales capaces de salvar escollos imposibles a la hora más adversa. Basta con ver la reacción mediática sobre el piloto Chesley “Sully” Sullenberg cuando hace un tiempo salvó la vida de sus 155 pasajeros amarizando su avión inutilizado en el río Hudson. El piloto sangre fría y extremadamente capaz es claramente el héroe de la función.
Pero si bien su heroísmo no es puesto nunca en duda, la cuestión sobre la responsabilidad sí es puesta inmediatamente en tela de juicio en el caso de Whitaker. Así cómo es cierto que fue un héroe, también es cierto que es un borracho y un drogadicto. ¿Entonces? Pues ese tira y afloje entre responsabilidad y redención es lo que da cuerpo a la película.
Y semejante drama intimista, que dura sus buenos 138 minutos (a los que habría convenido un corte de no menos de 20), sólo se sostiene por la poderosa actuación de Denzel Washington, el que lleva por si sólo el peso de la película sobre sus espaldas. Tiene momentos verdaderamente emotivos en su rol, que justamente le granjearon la mentada nominación al Oscar. Ya que lo gane, es otro cantar. Este año hay varios favoritos al premio (Daniel Day Lewis por Lincoln el primero) y si bien la Academia ha sido generosa con los borrachos en el cine (Ray Milland lo ganó en 1945 por The Lost Weekend, de Billy Wilder) no es tampoco una apuesta segura (Jack Lemmon y Lee Remick se quedaron sólo con la nominación por Días de Vino y Rosas, de Blake Edwards en 1962).
El buen protagónico de Washington y un solvente elenco (que incluye gente como John Goodman, Don Cheadle, Melissa Leo, Bruce Greenwood y a la ascendente Kelly Reilly como el interés sentimental del protagonista) no disimula tampoco que el resultado de la reflexión responsabilidad + redención termine por caer solapadamente en la moralina y que las continuas (y en definitiva ambiguas) referencias a Dios marquen al fin y al cabo groseramente la cancha. Probablemente, escaparse de los canales habituales y de la clásica moraleja hollywoodense, hubiera sido apostar demasiado alto. 3. Por Fito.
Puntajes:
Federico: 3
Fito: 3
Gastón:
Martín:
Rodrigo: 4
Promedio Tripartito: 3.33
Puntajes:
Federico: 3
Fito: 3
Gastón:
Martín:
Rodrigo: 4
Promedio Tripartito: 3.33
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