Los antecedentes en materia de animación nacional no son numerosos. Más allá de la destacable “Selkirk” de Walter Tournier y algunos cortos, no es un género que se haya desarrollado con asiduidad en nuestro país o en la siempre incipiente industria cinematográfica uruguaya. Razón de más para celebrar este verdadero triunfo que es la película de Alejandro Soderguit (y equipo) a partir de una novela del laureado escritor Sergio López Suárez (lo que ya es ventaja dado el nivel de las obras para niños de este autor).
La historia de Anina- el lío de novela al que se refiere- versa sobre una pelea que sostiene en el patio de la escuela con una compañera (la antagonista de nuestra heroína, quien la acosa continuamente a partir de su nombre, gritándole “niña capicúa, niña capicúa”) y el castigo que la directora les otorga a ambas: un misterioso sobre negro- lacrado para más inri- el que deberán abrir luego de una semana para descubrir su castigo por pelear.
El sobre- que dispara descontroladamente la imaginación de Anina en varias secuencias oníricas que referencian, y nada tienen que envidiar, a las películas de Henry Selick y Tim Burton- oficia de Mcguffin a lo largo de toda la historia, esa semana que vive Anina esperando la revelación del castigo, historia que es además de maduración y crecimiento, ya que la protagonista aprenderá varias cosas de su entorno (de su antagonista, inclusive) y logrará llegar a una conciliación con su propio nombre y la particular obsesión de su padre (al que da voz un afinado César Troncoso) con el concepto capicúa.
Obsesión que en cierta medida comparte la propia Anina, ya que busca elementos capicúas en todo: en su vida cotidiana, en las fechas y en particular, los boletos de ómnibus (todos aquellos que hayamos superado los 30 recordamos jugar buscando capicúas en los boletos). Dichos boletos, sumado a la vida de barrio y escuela sin ceibalitas que presenta la película, nos transporta a un momento del Uruguay que parece lejano en el tiempo, pero que no es más allá de fines de los 80s, principio de los 90s. La infancia probablemente de los mismos realizadores, que propulsa un ambiente cálido, emotivo y reconocible. Ellos reconstruyen en la historia de Anina su propia infancia y la nuestra, la de los espectadores que compartimos con ellos una elástica franja etaria. La reconstrucción de este espacio emotivo va más allá incluso de la escuela, ya que representan un barrio de Montevideo que puede ser (casi) todos los barrios, con sus almacenes, sus niños jugando en la calle y sus vecinas chusmas (impagables esos personajes con la voz de Petru Valenski y Roberto Suárez, de lo mejor de la película).
Pero Anina no es una película nostálgica disfrazada de relato infantil, sino que en cambio es una divertidísima historia para disfrutar con niños (o también solo, por si no había quedado claro) que combina varias formas de animación en el transcurrir del metraje (funcionando todas), un relato que transita por distintos géneros (hay momentos de horror, incluso, y muchos de comedia) en una historia sólida como pocas (gran mérito del también autor infantil Federico Ivanier al trasladar el relato original).
Una película preciosa en el mejor sentido de la palabra, sin ser nunca cursi o empalagosa, que representa además la madurez de un grupo de artistas capaces de impactar de tal manera con un relato de corte infantil, pero que jamás subestima a sus espectadores sin importar la edad que tengan.
Soderguit y compañía han logrado con este filme poner muy alto el escalafón. No sólo en materia de cine animado o de cine nacional, sino también en las películas que se han estrenado (y están por estrenarse) en este año. Sólido 4. Por Fito.
Puntajes:
Federico: 4
Fito: 4
Gastón:
Martín:
Mauro:
Rodrigo:
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